Wednesday, May 7, 2008

a la derecha, hay más tiempo

Casi un mes sin escribir, no pasó por estas páginas mi cumpleaños, noviembre dieseis, fue un buen día, algunos regalos, pastel, abrazos, buenos deseos... Tampoco escribí la última cena de noviembre en familia, cuando mi tía Tití nos juntó como hace más de diez años no lo hacía para la noche de acción de gracias, si ya lo sé, mi cultura no tiene nada que ver con celebrar eso, pero mi familia materna ha vivido tantos años en Estados Unidos que se ha vuelto costumbre cenar en familia el último jueves a la derecha de noviembre.

¿Recuerdas los vestidos ampones, las calcetas con holancitos de encaje rosita y los moños tan grandes como la mitad de tu cabeza? La piñata era alguna princesa de Disney, ¿la sirenita?, ¡pero nunca has visto la película!, la conoces por que es la única princesa que no camina sobre dos pies; el pastel creo que era de chocolate, claro, siempre de chocolate, cuatro velitas encendidas, un deseo y una bolita de nieve. Te partió el corazón destrozar a la "sirenita", lloraste tanto por el cadáver de una piñata que no disfrutaste los dulces, ¿y el cielo? como que se unió a tu causa porque llovió toda la tarde.

Tu cabellera y tu abrieron los ojos a las seis veintidós de la mañana, dos llamadas perdidas, dos piernas te llevaron a la regadera, diez dedos lavan tu cabello y una toalla exprime la brisa que el sueño te dejó. ¿Llamará? Era la duda de tus labios y el apetito de las mañanas. Hace seis semanas que no han vuelto a hablar, le pediste que no volviera a llamar nunca más, especificando tu cumpleaños, por ser la fecha más próxima a la derecha, tu falda se alborotó con ese medio giro que dejó de frente tu espalda y que pondría punto final a la historia ¿Llamará?.

Si miras bien tus fotos, encontrarás que no traías holancitos en las calcetas ni vestidos con florecitas, no sé a qué edad descubriste que tus piernas eran feas y te divorciaste de las faldas, vestidos o pantalones cortos que mostraran tus seis cicatrices muy bien repartidas en las rodillas y una que otra en las espinillas. Qué esperas encontrar entre tantas fotos, las memorias que te robaron o las que perdiste en el diccionario; o esperas ver que jugabas con los carritos de tu hermano y que los libros eran vertientes de escape; lástima que nadie vio tu cara de fascinación con la que imitabas la escena en que la bruja de Blanca nieves escoge el libro de pociones venenosas, con cuidado estirabas el brazo derecho, separabas los dedos igual que en la película y repetías los mismos movimientos de selección; pero vámonos ya, que reflexionar no es lo mío, deja esas fotos quemarse en la oscuridad de su encierro, deja tu niñez allá, en los días a la izquierda, no hay más fotos de cumpleaños felices, ni cenas de acción de gracias comiendo cup cakes rositas –por que en la infancia no es el sabor lo que escoges, sino el color– en casa de la Tití. Llamó en mi cumpleaños, y prometió que para Thanks Giving haría una cena como las de antes, como si yo fuera una niña cachetona a la que le faltan los dos dientes superiores y con piernas de Oliva Popeye. Mis hermanos hicieron sus apuestas para asegurar que ese día la Tití se perdería en el inframundo, en algún casino o simplemente con su novio, un viejo raquítico, dueño de una grúa destartalada.

Retumbaron tambores y platillos, el músico llamó, no dijo nada nuevo, nuestra conversación jamás ha vuelto a fluir desde que me juró odio y perforó sus labios. El doctor también llamó, pero no respondí, han pasado más de dos meses en los que mi teléfono suena con su inconfundible voz, allá, en no sé donde. Y yo no respondo. Afinó su guitarra y flores salieron de su garganta, el poeta, sutil como siempre, me deseó muchos años más de bufandas a la garganta, vestidos y jeans. Mi poeta favorito, algún día encontraré las armas necesarias para vengarme del destino que no supo acomodarte en mis pies. Pelearé con el tiempo, porque ya es tarde para decirte que te quiero y un día, te explicaré porqué no pudimos estar juntos como tu querías. Sentada en la banqueta, frente a mi casa, respiro los rayos de luna y escucho cómo suena el timbre del teléfono, es él, mi mejor plática, mi juego favorito; es él, un hombre de mi propia creación; es el hombre al que le di manos expertas para colocarse un brazalete en la mano derecha con la izquierda, para desabrochar un sostén con los ojos cerrados. Es el hombre al que le voy a escribir después de muerta y al que voy a odiar hasta lo ineluctable de mis respiros; es el niño que levanté del escombro para colocar sus ojos en posición a la estrella del norte y a la constelación de Casiopea, para que siempre me amase.

El último jueves de noviembre descubrí que la Tití quedó más loca de lo que yo me la imaginaba, con suerte la veo cada año por lapsos muy pequeños. Con los dientes desgastados por el cristal e incansablemente hiperactiva por la coca (no puede estar sentada ni diez minutos), la Tití sigue haciendo reír a la familia, hoy, con un tenue olor a tristeza por lo que se ha convertido. ¿Mija, no vas a contestar?, No Tití, mi cumpleaños ya pasó y éste idiota se atreve a llamarme dos semanas después.

Me quedan 30 años a la derecha para vivir en paz, hasta que ese hombre cumpla su promesa de morirse a los 50 años, en 30 años espíritu se volverá loco con la idea de una nueva oportunidad en otra vida, hasta entonces viviré feliz, las fotos de mi niñez se desvestirán la vergüenza que me provoca recordar los patéticos juegos y reuniones de familia que antes me hacían feliz. Dejaré la tinta secar y las hojas en blanco a remojar.