Tuesday, February 19, 2008

en frebrero:


A las afueras de la ciudad, las calles se convertían de arena, los anuncios luminosos eran reemplazados por telas y en el mejor de los casos por tablas de madera y títulos marcados con tiza; las lonas mitigan el inclemente sol y sus dueños gritan cualquier palabra capaz de disuadirte para comprar su mercancía. Caminaba con un aura azul, según mi abuela es la marca de las personas de cabellos rizados y destinos inciertos, la mirada perdida pensando en mi amada, aunque hace poco que la conocí es dueña ya de mi vida. Observaba a los comerciantes de cabellos negros y dientes de nácar cuando me encontré con una gitana, persona extraña aquí en Bagdad, sin embargo no fue eso lo que me atrajo hacia ella, fue su silencio que gobernaba y sobresalía entre los gritos de los mercaderes y consumidores. La gitana no vendía frutas ni objetos varios, vendía fortunas, pasados y presentes, en su manta tendida al suelo recuerdo haber visto piedras de diferentes tipos, ¿piedras? No propiamente preciosas y costosas, en cambio, sí muy bellas.

La gitana me llamó con el pensamiento, traté de ignorarla y seguir mi camino, pero algo más, que no provenía de la gitana me orilló a acercarme ¿Qué tiene usted que me pertenece? Su destino, me contestó en su trance... es ahora cuando concluyo que ese trance era provocado por el sentimiento de profundo amor que irradiaba mi aura y mi voz; estiró su mano derecha a la manta tendida sobre el suelo y tomó una piedra que después me entregó íntegra, ignoro cómo la escogió pero sé que esta piedra me estaba esperando como yo a ella. La gitana tomó sus cosas, con paso firme y pausado se alejó.

Empuñé la piedra, estaba desconcertado, no sabía ni entendía lo que estaba pasando, la guardé en mi bolsillo izquierdo de la camisa, cerca del corazón.

Continué haciendo mi trabajo, tomando nota de lo que pasaba en Iraq a unos días de que Estados Unidos abriera fuego contra la ciudad. Las cosas que vi y las personas que traté me hicieron saber que lo de ellos era una guerra religiosa, ¿dónde más podrían poner sus esperanzas, cuando en tecnología de guerra los gringos estaban más avanzados?

Regresé a mi país y ya no era la desgracia lo que habitaba en mi cabeza, sino los deseos de ver a mi amada, Tengo ciento dos historias para contarte.

Bajé del avión, al pasar por la última revisión burocrática del aeropuerto, te encontré recargada en el barandal con la misma ropa de la despedida cuatro meses antes, qué cosa tan tonta, creíste que no te reconocería después de tanto tiempo de no verte. Me aproximé a ti, tan rápido como pude, te tomé entre mis brazos y te asfixié con un beso de muchos segundos, Eres la misma no haz cambiado. Hace mucho tiempo que esperaba por este momento, me dijiste, Aquí estoy y nunca más me iré de tu lado, respondí mientras tomaba tu mano.

No me explico cómo ni porqué recordé aquella gitana en medio de musulmanes, pero sí comprendía el misterio de la piedra; me dibujé una escena que de no ser por lo extraño del momento no le hubiera dado importancia, Una gitana me entregó esta piedra, dijo que mientras la tengas nuestro amor no acabará. Ella la abrazó con sus largos dedos, Jamás la perderé.

Eso pensé...