Tuesday, February 19, 2008

oropéndola


Existen dos clases de rodillas, las que están hechas de barro y las que lo están de marfil. Mariel es una mujer con el talento en los ojos, la certeza en el vientre y la ruina en sus rodillas, pues las suyas estaban hechas de barro, si bien eran frescas y activas, también eran porosas, se desgastan con el agua y el viento. Precisamente era una tarde lluviosa en la que tuvo que sentarse en aquella banca del parque, el lugar donde lo vio por primera vez.

Él iba muy aprisa con sus jeans azul claro y la chamarra verde bosque, en la que ayer había derramado la salsa china de soya, apenas y se notaban las manchas, sin embargo, desprendía un tenue olor salado sobre su radical aroma; Santiago iba, con sus apresurados cabellos batiendo el venir de los pasos cuando de repente no pudo más que detenerse en seco, aspirar el momento y seguirla hasta el fin del mundo.

"Eres como una oropéndola". Mariel escuchó decir a Santiago durante las tardes eternas sin puestas de sol ni cielos naranjas, y la memoria de ella seguía preguntando qué ave es ésa, "tu lo haz dicho, es un ave" le respondía él con una tesitura perfecta a los oídos de cualquiera; en esas tardes todo el esfuerzo que la humanidad hizo durante muchos siglos por establecer lo real, lo válido y lo normal: se volvía irreal y mágico. Así eran sus ocasos, volando con sus pequeñas alas de oropéndola sobre el cabello crespo de su amado.

Nací para éste momento, aseguraba ella entre besos; nací para tu nombre, decía entre sonrisas; nací con el molde justo de tu pecho y tus brazos, repetía entre juegos. Una caminata, un juego, parsimonia y desafío. ¿Qué es un desafío? ¿Desafío es ir o venir? ¿Desafío es un rond de jambre par terre o tour en l'air? En medio de estas preguntas Mariel desafiaba la gravedad con sus finísimas piernas de oropéndola. Abría la puerta de su salón de clases todas las mañanas a las ocho en punto, sólo estaba ella y la del espejo, que no era muy distinta a Mariel. Lo mismo giraban sobre el pie derecho que sobre el otro derecho. Un lunes, que por costumbre todos llamamos inicio de semana; Santiago apareció en el salón batido en su torbellino de necesidad y rapidez, vio sus pezones a través del algodón, vio su futuro entre las pestañas de esa mujer. En el aire un te amo en la mano un adiós que juntos volaban como el humo de algún incienso de flores.

Santiago traía uno de esos líos inexplicables que sólo pueden ser de hombre. ¿Quién entiende a las mujeres? Es la pregunta de todo el mundo, el error está en que se sistematiza ¿Quién entiende a Santiago? Mariel no erraba, sabía que generalizar no da una respuesta concreta, pero cuando olía aquella piel, tostada como un pan de muerto, las respuestas se perdían.

Tal vez las mujeres entienden un poco más a los hombres debido a ese otro sentido propio del género femenino; cierto es que no siempre acertamos y que cuando no tenemos idea de lo que pasa fingimos que somos expertas y de alguna manera sobrevivimos, entonces ellos deciden quedarse una noche más.

Mariel no tenía ni idea de lo que estaba pasando no sabía qué pensar, lo miró a los ojos, dio un cuarto de giro a la derecha y colocó el pie derecho en cou de pied y giró sobre éste, giró hasta que Santiago salió por el portal de madera cristalizada.

No hubo una lágrima que no tuviera un espacio en los pañuelos de Mariel, no hubo una duda que no tuviera espacio en el aire sin respuestas de aquél parque. No hubo tardes naranjas, ni meses, ni años.

Con la concupiscencia de una mujer madura Mariel llenaba su guardarropa y su alacena. "Eres como un virio" voló una frase con alas de oropéndola o quizá como un aliento a muerte.

-¿Quién entiende a los hombres?-habló para sí misma- ¿Y qué es un virio?

"Un ave" voló la respuesta con aliento exangüe.

-Un virio, ¿es un ave? o, ¿un ave entiende a los hombres?-continuó ella, cerró los ojos para evocar su espíritu volátil para finalizar diciendo- Ahora puedo generalizarte: eres como todos- y sonrió...